jueves, 24 de febrero de 2011

Cap 1 - Canto de un trovador

T

rato siempre de mantenerme dentro de mi hogar; el pueblo queda lejos y muchas de las tareas de compras las realizan otros integrantes de mi familia. Si debo conseguir algo y nadie puede ir en mi lugar, espero alguna ocasión en la que pase cerca del pueblo para comprarlo. Esta es una de esas veces, estaba interesado en hacer un regalo secreto e importante, y no podía darme el lujo de confiar en alguien la compra; no quería confiar porque me interesaba que no se arruinase por nada el secreto y porque un regalo debe ser algo personal para que no pierda sentido. En fin, el obsequio no tiene mayor importancia en la historia, solo fue una excusa del destino para sacarme de la calma de las tareas del hogar.

Salí de casa y caminé por un sendero de tierra hasta la ruta comercial: ¡Cuánto ruido! ¡Cuanta bulla! Las personas haciendo negocios en pleno camino, los carruajes cargados hasta más no poder con caballos que los tiraban en ligero trote y los conductores que no deparaban en los transeúntes como yo. Ni bien pude me desvíe de esa ruta por un sendero que, aunque descuidado, sigue siendo popular. Me crucé con algunos vecinos, intercambiamos saludos, noticias familiares, las subas y bajas en el mercado de frutas, las buenas mercancías traídas de la ciudad y la nueva exposición de pintura. Entre todo alguien me contó, no se quien, del recién llegado circo ¡Esa si es una razón para salir de casa! ¡Un circo itinerante no se ve todos los días! “Se ve la carpa desde la plaza del pueblo” dijo un sujeto a otro mientras yo pasaba a su lado. ¡Que emoción! Quería saber cuanto tiempo se quedarían y cuanto costarían las entradas, así que apure el paso, dejando atrás los pinos del bosque y entrando de lleno en el llano del poblado. Saben, la palabra “poblado” puede dar un aspecto de pequeño y descuidado, pero sepan lo contrario para mi pueblo: es pequeño, pero muy transitado, tanto que desde la ciudad ordenaron empedrar todas las calles y dejar prolijos los claros exteriores para facilitar el comercio. Cuando las calles estuvieron lindas, todo el pueblo complotó para embellecerse: pintaron las fachadas, los negocios pusieron carteles, manteles en las mesas de las casas de comida, y los comerciantes mayores mudaron sus puestos a las afueras, dejando libre la plaza para vendedores de reliquias y cantores.

Caminé ¡Y como caminé! Di vueltas y vueltas buscando un buen regalo, pero terminé en la plaza mirando chucherías viejas y algunos objetos que son reliquias por su rareza o vejez. Mientras ojeaba algunos libros llenos de polvo, pues los libros son verdaderas reliquias, escuché una melancólica voz; la fuente de ella era un hombre en el centro de la plaza, parado con los brazos en alto sobre una raíz del viejo ombú. Era un trovador, uno de esos viajantes que se dedican a contar historias y noticias, que visten trajes pintorescos y acompañan sus canciones con el sonido de un instrumento de cuerdas. Este, sin embargo, había dejado el instrumento dentro del estuche en el piso. Tenía en los ojos tristeza y la sonrisa un poco forzada; su voz era particularmente atrapante, por lo que me dispuse a escuchar. Apartado a unos diez metros, me mantuve distante; pero los niños y algunas madres merodeaban alrededor del sujeto, preguntando por la ciudad y pidiendo que recitara cuentos o poemas. El trovador se aclaró la voz, se inclinó hacia los niños y las jovencitas, y comenzó a cantar acompañado de las figuras de sus manos que intentaban dar forma a las palabras.

A continuación escribo los fragmentos que recuerdo; pueden mantener la seguridad de que está muy completo y con palabras fieles al sentido. Creo que una o dos son diferentes, pero no trastornan la historia. El canto decía así:


Como hormigas debajo de su cama

se movía ese ejército extraño

que a la inocente princesa asustaba

como a todas las doncellas de antaño.


Simple como niña miedosa

rehusaba irse a dormir

y a todo el palacio desvelaba

para que espantase al ejército vil.


Ninguno pudo lograrlo,

ni cocinero, granjero, albañil;

ni los grandes campeones de guerra,

ni los magos con hechizos mil.


Hasta que un sabio olvidado

desde lejos vino a servir

para que la dulce princesa pueda

el sueño al fin concebir.


Dijo que no era necesario

al extraño ejercito combatir:

simplemente habría que dormirlo

para que ella pudiese dormir.


Juntó del parque las flores

todas de blanco jazmín,

y con ese intenso aroma

al ejército hizo dormir.


Esa noche la princesa pudo

la paz y calma sentir,

y en las tardes flores juntaba

de las plantas del inmenso jardín.


Pero quiso el rebuscado destino

que la ultima flor de jazmín

se fuese con su preciado aroma

en el pico de un colibrí.


¡Que desgracia! ¡Que desatino!

¡Que imprudente aquel colibrí!

¡Que amarga jugada el destino

a la princesa le puso a vivir!


¿Quién pudiera hacer que ella

al descanso logre llegar?

Que ese dulce sueño de calma

pueda en las noches conciliar.


Se corrían rumores en las calles

que del bosque alguien llegó;

en su hombro apoyada un ave

que por el camino lo guió.


Era rara aquella persona

si persona se pudiera decir:

era mezcla de animal y humano

con aspecto de lobo gris.


Entre sus palmas traía

con cariño una flor de jazmín

y hacia el palacio iban

él y el ladrón colibrí.


Toda la gente gritaba

espantada por el extraño ser

que sin inmutarse seguía

como quien cumple su deber.


Caminó hasta la puerta

del gigante palacio real

pero lo rodearon soldados

que lo querían arrestar.


Sin decir una palabra

solo sus palmas abrió

y a la orden el paso le dieron

porque el capitán comprendió.


Recorrió el largo camino,

esquivó las plantas de todo el jardín,

trepó hasta la ventana de la princesa

y en el marco colocó el jazmín.


El trovador hizo una pausa, observó de lejos las nubes de tormenta que se aproximaban con velocidad; fue ahí que pude observar la carpa del circo y recordé que debía ir a buscar información. El viento empezó a soplar fuerte y levantar las hojas y el polvo de la plaza, pero el hombre tomo aire y continúo:


Cuando él llegó al suelo

en la ventana la princesa asomó

entonces levantando la vista

el lobo se expresó:


“Oh, honorable princesa

desde el bosque vine hacia aquí,

me contaron que solo el sabio pudo

al drama la solución esgrimir”


“Me contaron también las aves

que las flores eran solución

pero que de vuestro jardín se terminaron

las de la actual estación”


“A mi presencia llegó un mensajero

angustiado por la situación

me contó cada detalle

y de prueba trajo una flor”


“Prometió serme de guía

hasta vuestro palacio real

porque confía que mi instinto

a usted podrá ayudar”


“No soy mago ni sabio,

ningún libro logré leer,

la vida ha sido suficiente

consejero de mi ser”


“Los animales me consultan

si habrá agua o habrá sol,

si la caza será exitosa

o si hay que escapar del cazador”


“Les contesto a cada uno

lo que pronto ha de ser

pues mis ojos más allá

del horizonte logran ver”


“Es por eso que aquí estoy,

estimada autoridad,

para poner mis sentidos

en su causa trabajar”


“He caminado todo camino,

todo pueblo me ha visto andar;

para muchos soy leyenda,

para otros soy maldad”


“No se preocupe por mi,

respetada majestad,

no le pediré recompensa

ni me permitiré le asustar”


“Todas las noches, todas

las precisas flores usted tendrá

las apoyaré con delicadeza

en el marco de la alcoba real”


“Me despido princesa

a buscar vuestra flor,

para esta noche usted ya tiene

aquella con la que el ave me guío”


“No emita palabra, no,

no malgaste su voz,

estoy acostumbrado a que la gente

esquive este hombre-lobo feroz”


“Puede ser que ya no me vea

y mensajeros envíe yo,

soy tan solitario como el viento

y tan callado como el sol”


El lobo dio media vuelta

y a paso firme se alejó,

atravesó todo el pueblo

y en el bosque se internó.


Desde entonces cada noche

en el marco hay una flor:

gracias a ella la princesa duerme

con la calma del perfume en derredor.


Se ha escuchado por los pueblos

que al lobo se lo vio

caminaba junto al viento

bajo la lluvia, bajo el sol…


Terminó de recitar su canto y permaneció callado con los brazos en alto, mirando las nubes oscuras mientras su ropa se movía con el capricho del viento. Algunas jóvenes acercaron monedas y frutas al trovador, el cual aceptó con gusto; yo permanecí quieto al amparo de un árbol y no tuve la generosidad de agradecer por el canto. El hombre tomó su instrumento del suelo y emprendió su marcha detrás de los niños y jóvenes que buscaban refugio a la tormenta. En el aire, el aroma a tierra húmeda se hacia presente y fue el que me indicó que debía apurarme para regresar a casa. Fui hacia el circo y pregunte los horarios, el precio y hasta que fecha se quedaban en el poblado. Luego, regresé por el descuidado sendero popular. Mientras pasé por el pueblo no encontré a nadie, todos se habían refugiado ya; uno o dos carros salpicaban por las calles y hacían chillar a las piedras del camino. Luego el claro de los grandes comerciantes, lleno de carpas y en silencio. Por último la entrada del sendero, oscura y tenebrosa ¡Pero era el camino más rápido!

Caminé ligero, forzando la vista para ver correctamente el camino; por lo bajo el ruido del agua en las hojas, por lo alto el viento mecía las copas. La última luz del sol de la tarde que lograba atravesar las nubes se filtraba bondadosamente por los árboles y me dejaba distinguir el camino. Se fue haciendo más oscuro y las hojas junto al barro se pegaban a mis zapatos. Comencé a entrecerrar los ojos para que no me entrase agua, pues la lluvia se había vuelto más fina y constante. En un instante solo podía ver a la distancia de un brazo y fue cuando sufrí un fuerte golpe en el hombro izquierdo que me tumbo al suelo embarrado. Sentí un miedo terrible, un escalofrío recorrió mi cuerpo e intenté recomponerme, pero resbalé. Se acercó una sombra y con una grave y un poco ronca voz me dijo “disculpe, no fue mi intención” mientras me ofrecía su mano para levantarme. El sujeto llevaba un tapado de cuero y la capucha puesta por lo que pude ver gracias a la luz de un relámpago. Tomé su mano y me levantó, se fue sin despedirse. Malhumorado me limpié el barro como pude, y mientras me acomodaba un poco los pantalones pude divisar un brillo blanco en piso. Quise tomarlo, pero antes de que alargase mi mano un ave muy pequeña lo apretó con su pico y forzadamente lo llevó volando en la dirección por la que el sujeto se alejó. Un nuevo relámpago me permitió ver al hombre a unos 30 metros con algunas aves rodeándolo. Luego, una repentina ráfaga de viento trajo a mi presencia el dulce y delicado aroma de jazmines.

Logré llegar a casa, mas el resto de la historia ya no tiene sentido.